martes, 4 de febrero de 2014

Amor en París a dos mesas de distancia.

Allí la vi, en la terraza, por primera vez, con ese vestido negro, imperante.
Esos labios rojo carmín dejaban huella en la copa que poseía entre sus dedos,
dedos que quería sentir míos.
Ella sabía que la miraba, y seguía con ese juego,juego que ya era nuestro todos los viernes, cuando lograba coincidir con ella en aquel local, ella, yo y dos mesas entre nosotras.

Muchas copas de vino la vi sorber y sentía como evocaba esa sensualidad con tan solo respirar.
La acompañaba un hombre siempre, que la adormecía con su ego, pero ella se divertía conmigo, a dos mesas de distancia.

Soñamos con París, rosas, desayunos en la cama, bailar jazz, un baño y montones de vestidos nuestros rotos de pasión por los suelos. Así.. mirándonos, sorbiendo nuestras copas, soñando que aquel frío cristal se convertía en nuestros ardientes labios. 

Aquella copa que yo imaginé tu cuerpo, delicado como el cristal que mis dedos sostenían... te hubiera sorbido mucho, hubiera marcado con mi carmín cada parte con la que soñé despierta y dormida tu cuerpo.

Me levantaba aireando mi pañuelo cubriendo mis manos, mientras mis dedos hábiles rozaban los tuyos cuando pasaba cerca. Era el momento en que me sentía morir y vivir a la vez, tu piel suave y blanca, perfumada con aires de jazmín... que endulzaron mis noches imaginándonos. 

Eran épocas de hombres aquellas... nosotras no teníamos la oportunidad de hablar.. y menos de amarnos entre nosotras. Pero tu y yo lo hicimos, cada viernes, en aquel café de París.

Las telas que portaba las lucia feliz los viernes, deseosa que no te resistieras a mirar, mientras nuestras vidas pasaban ajenas a aquella "realidad irreal" tan bella. Me sentía bella, me sentía más mujer que nunca amándote. 

Pero un día dejaste de visitar aquel café, sin avisar. Y una parte de mi murió ese viernes y así viernes tras viernes moría un poco más, al no saberte mía, no saberte tan siquiera viva. Nunca pude preguntar.. pues nunca te hablé físicamente, pero te hablé con el alma, con mi deseo, con todo mi ser.

Te quise siempre, te busqué por los rincones de la ciudad, infiel a los ideales de aquel París, pero fiel a lo que mi corazón sentía.
Un día me senté en tu mesa, en tu silla y pude sentir ese olor a jazmín y en esa mesa,la tuya, aquel grabado: SIEMPRE MÍA, SIEMPRE TUYA, SIEMPRE NUESTRAS, y sentí como me besaste el corazón amada mía, sentí lo que era el amor por siempre.

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